martes, 13 de febrero de 2018

DOMINGO VI TIEMPO ORDINARIO

    Comentario al Evangelio
      Hoy nos ofrece el evangelio la curación de un leproso. Según las normas de la época, se trata de un excluido, alguien que se encuentra fuera de la sociedad, pero también de la religión. Está incapacitado para el culto puesto que es considerado impuro. Sin embargo, contra toda norma, el leproso se acerca a Jesús y se arrodilla ante él. Esto, que es un signo del reconocimiento de su señorío, es el único enfermo que lo hace. Desde esta posición de reconocimiento, el leproso habla. Si quieres puedes limpiarme. No duda del poder de Dios, manifestado en Jesús. Simplemente se coloca a merced de la libertad del Señor. Sólo su voluntad se interpone entre el enfermo y su curación.
    Veo en esta presentación de la escena una invitación a la confianza. Señor, si quieres, puedes. Como también aquel centurión repetimos: “Una palabra tuya bastará para sanarme”.
    Todavía más conmovedora es la reacción de Jesús. Él no siente ningún rechazo hacia el leproso, sino que le conmueve el dolor de este hombre. “Quiero, queda Limpio”. Estas son tus palabras. Pero todavía más expresivo es su gesto. Jesús alarga la mano y toca al leproso. Jesús no solo acepta la cercanía de los considerados impuros, sino que alarga su brazo para tocaros. Este tacto de Jesús es fundamentalmente sanador. Mediante él, expresa su solidaridad profunda para los pequeños y los pecadores.
     En este día en que tenemos presente a la vez, el día del enfermo y la campaña contra el hambre en el mundo, me gusta pensar a la Iglesia como ese brazo de Cristo (al fin y al cabo es su cuerpo) que se alarga para mostrar la compasión de Cristo con todos los afligidos de nuestro mundo. La Iglesia como esa mano que toca la realidad de la enfermedad y el hambre, que levanta y consuela, que sana y dignifica.